Envidia existencial
En un artículo anterior, hablé de la combinación de la arrogancia divina y la actitud vengativa de personalidades tiránicas que tratan de justificar la crueldad de su afirmación de autoridad con un acto de supuesta venganza a favor del pueblo. En realidad, la crueldad proviene de un resentimiento profundo pero secreto contra la víctima causado por lo que se llama una herida narcisista, una herida infligida voluntaria o involuntariamente por la víctima en el ego frágil y vulnerable del tirano narcisista.[1] Normalmente, la ofensa tiene lugar años antes de que el tirano se haya convertido en tirano. Cuando sucede, la víctima no es consciente de insultar a la persona que eventualmente se convertirá en un tirano porque el insulto es su propia existencia.
El insulto es el resultado de lo que el filósofo alemán Max Scheler llamó "envidia existencial": envidia dirigida no a las cosas que tienen las víctimas, sino a lo que son, algo que nadie puede quitarles.
En palabras de Scheler:
"... Es un gran error pensar que la envidia, junto con la codicia, la ambición y la vanidad, es una fuerza motriz en el desarrollo de la civilización. La envidia no fortalece el impulso adquisitivo; lo debilita. Conduce al resentimiento cuando los valores codiciados no se pueden adquirir y se encuentran en la esfera en la que nos comparamos con los demás. La envidia más impotente es también la más terrible. Por lo tanto, la envidia existencial, dirigida contra la naturaleza misma de la otra persona, es la fuente más vital de resentimiento. Es como si susurrara continuamente:
"Puedo perdonar todo, pero no que tú lo seas
—que eres lo que eres
—que yo no soy lo que tú eres
—De hecho, que yo no soy tú.[2]
La envidia existencial es esencialmente destructiva tanto para el envidiado como para el envidioso. El envidiado siempre estará en peligro porque al ser impotente para apagar su envidia quitándole cosas al envidiado, la rabia del envidioso se tornará a un deseo de dañarlo. Así, el envidioso siempre sufrirá. Nunca satisfará su envidia, aunque mate a la víctima envidiada, porque su memoria sobrevivirá.
Esta forma de envidia no la puede ignorar el envidioso. Despoja al tirano de su ser, porque la existencia de la víctima envidiada es sentida como una "presión", un "reproche", una humillación insoportable.[3] Por esta razón, para el envidioso la víctima envidiada no debe ser simplemente asesinada. Su cadáver debe ser destrozado, su memoria debe ser profanada, su legado debe ser negado, sus logros deben ser calificados de ridículos, y su riqueza debe ser robada a siete generaciones antes y después de él.
Las personas que no entienden lo que es la envidia existencial con frecuencia malinterpretan las motivaciones de los tiranos narcisistas. Un tirano con envidia existencial puede expropiarle la casa o la de un pariente cercano, por ejemplo. Aun así, lo hará no porque codicie la casa, sino porque quiere infligir daño a la envidiada víctima.
Muchos no comprenden la crueldad de los ataques, que pueden ir contra familiares e hijos. Esto es un resultado directo de la impotencia del envidioso para eliminar el sufrimiento que la existencia misma o el recuerdo del envidiado le causa.
La Impotencia
El castigo de la envidia es la envidia misma, y la peor envidia en este y otros aspectos es la envidia existencial, porque es inagotable. Algunas personas narcisistas que siempre quisieron recibir respeto sin tener que hacer nada para ser respetadas y luego se esfuerzan por ser poderosas durante toda su vida como un sustituto de ser respetadas se sienten despojadas de su propia existencia si ven a alguien que es respetable, aunque no sea poderoso. Su envidia explota cuando se dan cuenta de que el poder no trae respeto. Cuanto más dolor infligen a sus víctimas desprevenidas, más frustradas se sienten, porque mostrar crueldad puede hacer que la gente les tema, pero no transformar el miedo en respeto. En cambio, trae desprecio.
La comprensión de que destruir a los envidiados no los mata, sino que aumenta su capacidad de imponer respeto, trae más envidia existencial y frustración. El respeto que Héctor inspiraba en la historia no fue destruido por Aquiles cuando éste arrastró su cadáver por Troya. Por el contrario, Héctor, un humano que fue asesinado por un semidiós casi invencible que aprovechó sus superpoderes para matarlo, pasó a la historia como el gran héroe que, sabiendo que el otro era prácticamente imbatible en un enfrentamiento uno a uno, se atrevió a luchar contra él. Héctor fue aún más respetado después de que Aquiles lo matara y aún más cuando éste mostró su odio arrastrando su cadáver. El poder no trae respeto. El abuso de poder provoca desprecio.
Hay múltiples ejemplos de este guión familiar.
Putin ha tenido un complejo de inferioridad de larga data, personalmente, y lo ha transferido al sentimiento de inferioridad que Rusia ha sentido tradicionalmente en relación con Occidente. Está tratando de desahogar lo primero, ocultándolo detrás de lo segundo, que él ha utilizado para impulsar sus ambiciones políticas. Quiere recrear el Imperio ruso de antaño, pero más grande, y convertirse en la tercera gran figura de la historia rusa, solo comparable con Iván el Grande y Stalin. Piensa que sería aún más grande que estos dos porque unificaría las dos historias de Rusia como un imperio y un estado comunista. Sin embargo, un país mucho más pequeño, Ucrania, está destruyendo su identidad de dos maneras: militarmente, negándole una victoria fácil, y moralmente, negándole el respeto mundial que Putin buscaba en el único idioma que conoce, el de la violencia descarnada.
Sin embargo, la peor herida que ha sufrido su frágil ego le fue infligida por un hombre que, estando bajo su poder, no tenía batallones imponentes como los que los ucranianos tienen bajo su mando y que, incluso cuando estaba prisionero de las fuerzas de Putin, mostraba la diferencia entre poder y respetabilidad: Alexei Navalny. Putin asesinó a Navalny como culminación de un proceso de abuso de poder. Como en muchos de sus asesinatos, Putin mantuvo la negación de su responsabilidad directa en la muerte de Navalny, pero al mismo tiempo hizo saber que él era el asesino porque disfruta de la sensación de poder desenfrenado. Sin embargo, el propio asesinato de Navalny le devolvió su sentimiento de impotencia. Asesinó a Navalny, pero no lo mató. Navalny sobrevive en los corazones y las mentes de todos los ciudadanos del mundo que lo admiran y respetan, algo que Putin nunca logrará.
Muchos otros tiranos abusan de su poder para satisfacer su envidia existencial, que no ha llegado a las noticias. Pero las personas bajo su bota saben quiénes son.
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Manuel Hinds es miembro del Instituto de Economía Aplicada, Salud Global y Estudio de la Empresa Comercial de la Universidad Johns Hopkins. Compartió el Premio Hayek 2010 del Manhattan Institute. Es autor de cuatro libros, el último de los cuales es En defensa de la democracia liberal: lo que tenemos que hacer para sanar una América dividida. Su sitio web es manuelhinds.com
[1] Manuel Hinds, Personalidades tiránicas: arrogancia y némesis en déspotas actuales, Substack, 1 de abril de 2024, https://manuelhinds.substack.com/p/tyrannical-personalities
[2] Max Scheler, Ressentiment, Marquette University Press, Milwaukee, Wisconsin, 30.
[3] Max Scheler, Ressentiment, Marquette University Press, Milwaukee, Wisconsin, 30.
Indiscutiblemente no son muchas las ocasiones en que en esta época podamos encontrarnos con la oportunidad de poder reflexionar tan profundamente el tema ya trillado, común y antiguo como la existencia misma de nuestra especie: LA ENVIDIA, pero de la que ninguno se siente afectado a pesar de ser el mayor y más común de los vicios desde los inicios de la civilización. Y la envidia no es más que el descontento, amargura y asfixia del propio individuo que la padece.
En este artículo en que se nos detalla con total conocimiento, sabiduría y reflexión una a una las causas y sus terribles alcances no puede dejar de entenderse la rabiosa, decepcionante y fracasada acción de desear de la manera más insana lo que vemos primero como admirado, luego imitado y finalmemente odiado por no poder llegar a sentirse de la misma suerte a pesar de tantos retorcidos intentos que valiéndose de lo que sea, ya sea atacar, calumniar, humillar y hasta matar, deja al imitador, arribista y envidioso como el individuo más despreciable, el ser humano más ínfimo en una dimensión grotescamente contraria a su despiadada lucha por brillar, vencer y eliminar al envidiado, su más odiado semejante. No cae en la cuenta que entre más odio, furia diabólica y deseo extremo de aplastarlo, lo hace en cambio germinar, crecer y heredar una cosecha de aplausos, admiración, respeto y sobre todo ser totalmente irrepetible. No solamente Scheler nos lo demuestra tan brillantemente. Rene Girard, el mismísimo Jesús nos dejan un legado que ni más de dosmil años los hacen olvidar. Al contrario, más tiempo pasa y en más pequeña, insignificante y despreciable figura se convierte el bagazo humano al vivir en su venganza su más certero odio y deseo de borrar de la faz de la tierra al envidiado que cada día será en la historia un ejemplo cada vez más grande, más admirado y más libre que ningún otro. No dejas duda de lo que es de temible para la humanidad sufrir de quien lleva la herida narcisista hasta en su médula. Excelente y ejemplar artículo M. Hinds.!
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